El «Arroyo Seco: un barrio en la memoria» y hogar de una pasión futbolística única, forjada en una esquina
Arroyo Seco fue cuna de murgas, clubes de fútbol barrial, sindicatos y talleres ferroviarios, y aún hoy conserva esa mezcla de bohemia y sacrificio que define a los barrios con historia.

AMATEURISMO/Desde Montevideo INVESTIGACCIONES Eduardo Mérica para FMFUTBOL.
Entre la bruma del puerto y el eco del tren, se alza uno de los barrios más antiguos y simbólicos de Montevideo. Arroyo Seco no solo guarda las huellas del crecimiento industrial y ferroviario del país, sino también una identidad barrial que sigue latiendo en sus calles, en sus clubes, en los bares de esquina y en la memoria viva de sus vecinos.

General Luna y Avenida Agraciada: la esquina que lo vio todo
Hay esquinas que son ideas. No necesitan monumentos ni avenidas de lujo para convertirse en símbolos. La esquina de General Luna y Avenida Agraciada, esa intersección donde confluyen el barrio, el tránsito, el pasado ferroviario y la vida cotidiana, es una de ellas.
Miles de historias pasaron por allí. Ahí se tomaba el ómnibus para ir al laburo, se compraba el pan de la tarde o se arreglaban diferencias “entre vecinos de palabra”. Los bares, muchos de ellos desaparecidos y recordados casi como fantasmas luminosos, eran refugios donde se mezclaban el murguista, el changador, el jubilado y el gurí que soñaba con debutar en el club del barrio.
La esquina también fue —y sigue siendo— punto de encuentro cultural. Numerosos conjuntos de carnaval usaron esas cuadras para ensayar o reunirse. El investigador Felipe Morales, en su estudio sobre los barrios murguistas publicado por la Universidad de la República, señala que Arroyo Seco es uno de los “polos históricos del carnaval obrero del norte de Montevideo”, junto con Goes, Villa Muñoz y parte de Bella Vista.
Arroyo Seco no se cuenta solo: se escucha en los tambores, se huele en el café de la madrugada, se ve en los colores de su gente. Y aunque Montevideo cambie, el Arroyo sigue siendo refugio, familia y bandera»
En el mapa de la capital, Arroyo Seco parece apenas un tramo entre el Palermo obrero y el Bella Vista portuario, pero en sus pocas cuadras se concentra una historia tan intensa como las locomotoras que antaño rugían por la Estación Agraciada.
Su nombre proviene del cauce natural que, antes de ser entubado, dividía las chacras y servía de límite entre los primeros asentamientos urbanos de Montevideo. Pero más allá del arroyo, lo que nunca se secó fue la identidad: una mezcla de trabajo, vecindad, fútbol y resistencia cultural.
En la esquina de General Luna y Avenida Agraciada, late todavía el corazón del barrio. Los antiguos bares, los clubes sociales, los almacenes de puertas abiertas y los murales coloridos son testimonio de una comunidad que se niega al olvido. Cada baldosa cuenta una anécdota; cada adoquín, un gol de potrero.
Arroyo Seco fue cuna de murgas, clubes de fútbol barrial, sindicatos y talleres ferroviarios, y aún hoy conserva esa mezcla de bohemia y sacrificio que define a los barrios con historia.
La historia de Arroyo Seco no estaría completa sin sus dos pulsos más vibrantes: el Club Wilman y el Centro Atlético Lito, nacidos y criados en la misma esquina, frente por frente, en Agraciada y Santa Fe.
El paso del tiempo no le quitó carácter: lo transformó en un enclave donde el pasado convive con el presente, y donde las generaciones más jóvenes reinterpretan las viejas costumbres con orgullo renovado.
El Club Wilman, los campos de tierra donde se forjaron sueños de domingo, y la presencia inconfundible del Manicomio Nacional, son símbolos de una identidad que abraza la locura como forma de pasión. Porque en Arroyo Seco, ser “loco por el fútbol” no es una metáfora: es una manera de pertenecer.
Hoy, entre nuevas fachadas y viejos muros, el barrio mantiene viva su mística. Las historias de los Porres, los Pino, los Mérica, los Codevila, los Pagani, los García, los Rodríguez, los Lombardo, los Astesiano, los Paolillo, los Villar, los Porta y tantos otros apellidos de la zona siguen cruzando generaciones, como si el tiempo se detuviera cada vez que la pelota rueda o una murga levanta su bombo en la esquina.
Arroyo Seco no se cuenta solo: se escucha en los tambores, se huele en el café de la madrugada, se ve en los colores de su gente.
Y aunque Montevideo cambie, el Arroyo sigue siendo refugio, familia y bandera.
Para capturar la esencia de la rivalidad y hermandad entre los clubes Wilman y Lito en el barrio Arroyo Seco, los grafitis de hoy en las paredes de esos lugares que son leyenda deberían reflejar tanto la pasión individual de cada club como el respeto mutuo que surgió de su singular cercanía.
Crónica del Pasado: El Arroyo Seco, Epicentro de Historia, Progreso y Pasión Futbolera
En el corazón del Montevideo que se extendía más allá de los muros coloniales, el barrio Arroyo Seco comenzó su existencia como un vasto campo de pastoreo y quintas agrícolas. Su nombre proviene de un curso de agua que, paradójicamente, a veces se extendía en la actual calle Entre Ríos, pero que en tiempos pasados era un elemento definitorio del paisaje de la zona.

De Quintas a Calles Adoquinadas: La Transformación del Siglo XIX
Durante gran parte del siglo XIX, la vida en Arroyo Seco transcurría con un ritmo más cercano al campo que a la ciudad amurallada. Tras la consolidación de la independencia en 1830, el martillo del rematador y la cinta métrica del técnico se convirtieron en los sonidos del progreso, transformando las quintas en un trazado urbano de calles y aceras.

La Casa de Pérez: Cuna de la Historia Nacional
Entre las construcciones más emblemáticas se encuentra la histórica Casa de Antonio Baltasar Pérez, ubicada en la esquina de las actuales Avenida Agraciada y San Fructuoso. Levantada en el siglo XVIII, esta casona de gruesas paredes de ladrillo fue el escenario de un momento crucial para la historia uruguaya: la firma de las condiciones para la rendición de las fuerzas hispánicas en 1814. Hoy, esta venerable casona funciona como un centro cultural y artístico para niños, manteniendo vivo su legado patrimonial.
La Estación La Transatlántica y el Pulso Industrial
El desarrollo del barrio también estuvo ligado al avance del transporte y la industria. La Estación del Norte, operada por la compañía La Transatlántica, se estableció en la zona del Arroyo Seco y fue un punto neurálgico de actividad. Desde esta estación partía la línea de trenes que conectaba el área con el centro y Santiago Vázquez, marcando el pulso del barrio y facilitando la integración de sus habitantes con el resto de Montevideo.

Wilman y Lito: Rivalidad y Hermandad de un Barrio Futbolero
Pero la historia de Arroyo Seco no estaría completa sin sus dos pulsos más vibrantes: el Club Wilman y el Centro Atlético Lito, nacidos y criados en la misma esquina, frente por frente, en Agraciada y Santa Fe. Esta peculiar proximidad geográfica cimentó una relación única de rivalidad y, a la vez, de profunda hermandad entre los dos clubes más populares del barrio.
El Centro Atlético Lito nació en 1917, impulsado por un grupo de jóvenes que fundaron el club en el bar Lito. El club escaló rápidamente en la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) y se convirtió en un protagonista del fútbol amateur, aportando incluso jugadores a los gloriosos triunfos celestes en los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928, y en el Mundial de 1930.
El Club Wilman, por su parte, también se consolidó como una institución clave en la vida social y deportiva del barrio. Aunque la competencia en la cancha era feroz, los lazos entre las comunidades de ambos clubes eran muy fuertes, alimentados por la cercanía de sus sedes y el hecho de que vecinos, amigos e incluso familiares se dividían entre una pasión y otra. Esta «rivalidad frente a frente» se convirtió en una leyenda local, una manifestación de la identidad del barrio que unía más de lo que separaba.

Un Barrio en la Memoria
La gente de Arroyo Seco construyó una identidad colectiva a través de sus pequeñas historias y su trabajo. Era un barrio de familias trabajadoras, donde los tranvías transportaban sueños y el fútbol vibraba en las esquinas. La memoria colectiva, plasmada en publicaciones que recogen estas anécdotas, garantiza que el «Arroyo Seco: un barrio en la memoria» perdure a través de las generaciones, recordando su pasado como cuna de la independencia, motor del progreso industrial y, sobre todo, hogar de una pasión futbolística única, forjada en una esquina de Agraciada y Santa Fe.



