Wilman Honra a su Hijo Ilustre: Iroldi Embajador
Néstor "Negro" Iroldi, El Embajador del Pelotazo Infinito

AMATEURISMO/ Desde Montevideo Eduardo Mérica para FMFUTBOL.
Néstor Iroldi, quíntuple campeón del mundo, nombrado Embajador del Club Wilman
El histórico pelotari Néstor Iroldi, gloria absoluta de la pelota vasca uruguaya y quíntuple campeón del mundo, recibió un nuevo reconocimiento que lo une aún más a sus raíces: fue declarado Embajador del Club Wilman, la institución deportiva de su querido barrio Arroyo Seco.
La distinción no solo celebra su trayectoria deportiva excepcional, sino también su vínculo afectivo con el barrio donde creció, entrenó, soñó y desde donde comenzó a construir una carrera que marcó generaciones. Para el Club Wilman, la figura de Iroldi representa exactamente aquello que todo club barrial aspira a ser: un semillero de valores, esfuerzo y orgullo comunitario.
Durante la ceremonia, la emoción fue protagonista. Iroldi agradeció el homenaje y recordó sus primeras prácticas, los amigos de siempre y el rol que el club tuvo en su formación tanto deportiva como humana.
Con esta declaración, el Club Wilman incorpora a su historia a uno de los nombres más grandes del deporte uruguayo, reafirmando la identidad del barrio y proyectando su legado hacia las nuevas generaciones.

CRÓNICA ÉPICA
NÉSTOR IROLDI, EL HIJO DEL AIRE QUE VOLVIÓ A SU BARRIO**
En Arroyo Seco siempre se dijo que cada golpe a la pelota tiene un eco. Un eco que viaja por las canchas, que rebota en los muros gastados por la historia y que vuelve, tarde o temprano, al lugar donde nació. Ese eco tiene nombre: Néstor Iroldi, el quíntuple campeón del mundo, el hombre que llevó la pelota vasca uruguaya a alturas que parecían reservadas para otros países, otras potencias, otros destinos. Pero no: el campeón era de acá, del barrio, de esas cuadras donde el sol cae distinto y las historias se cuentan con el mate como testigo.
Por eso, cuando el Club Wilman anunció que lo declaraba Embajador oficial de la institución, muchos sintieron que no se trataba de un homenaje: era un acto de justicia poética. El retorno del hijo más ilustre a la casa que le enseñó a soñar.
Porque Wilman no es un club: es una escuela de vida, un resguardo emocional, un refugio donde los pibes aprenden que la gloria se construye con paciencia, disciplina y una cuota casi mística de amor por lo que se hace. Y si alguien encarna esos valores, ese es Iroldi.

El origen del mito
Dicen los veteranos del barrio que cuando Iroldi empezaba a pegarle a la pelota, ya se notaba que había algo distinto. Tenía esa mezcla rara de talento natural y hambre de superación que solo aparece una vez por generación. Mientras algunos veían en él un gran jugador, otros veían algo más grande: un futuro campeón del mundo.
Lo que nadie imaginaba era que iba a ser cinco veces campeón del mundo. Cinco veces. Como si no alcanzara con vencer a los mejores, Iroldi volvió una y otra vez a demostrar que su dominio no era casualidad: era destino.
Su estilo era reconocible incluso con los ojos cerrados. La elegancia del gesto, la velocidad de reacción, la forma en que el cuerpo se alineaba con la trayectoria de la pelota como si ambos hablaran en un idioma secreto. Iroldi no jugaba: dialogaba con la pelota.
El regreso triunfal
Por eso, cuando se anunció su llegada al Club Wilman para recibir la distinción como Embajador, el barrio se preparó como para una fiesta patria. Hubo abrazos, fotos, lágrimas y ese tipo de silencios que solo ocurren cuando alguien importante cruza la puerta del lugar que lo vio crecer.
El momento culminante llegó cuando subió al escenario. No necesitó un discurso largo. Con la humildad que siempre lo caracterizó, dijo algo simple, pero que retumbó en todos:
“Yo soy Wilman. Siempre fui Wilman.”
El aplauso que siguió fue algo más que un homenaje: fue una confirmación. Una comunión entre el ídolo y su pueblo.
El Club Wilman lo declaró Embajador, pero en realidad, Iroldi ya lo era desde hacía décadas: en cada victoria, en cada trofeo, en cada viaje por el mundo, él llevaba consigo el nombre de su barrio, de su club, de su origen.

Un legado que continúa
La figura de Iroldi queda ahora como faro. Para los que empiezan, es inspiración. Para los veteranos, es motivo de orgullo. Para el barrio entero, es una leyenda viva.
Ser Embajador del Club Wilman no es un título honorífico: es una responsabilidad emocional, un vínculo perpetuo con las raíces. Y si hay alguien capaz de llevar esa bandera con grandeza, es él.
Porque si la pelota vasca tiene un rey uruguayo, ese rey se llama Néstor Iroldi.
Y su reino comienza en Arroyo Seco.



