Una novela Clara: como el agua del Arroyo
Clara había decidido, inspirada por las crónicas migrantes de Remigio Asenjo y Lucía Cabeza, los pioneros asturianos de la zona, que estas historias no debían perderse.
AMATEURISMO EN EL BARRIO ARROYO SECO/Desde Montevideo Eduardo Mérica para DIARIO URUGUAY.
Capítulo 3: Tan Clara como el agua del Arroyo
Clara caminaba por la calle Tapes, el sonido litúrgico de las campanas de la iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y San Alfonso marcando un ritmo conocido para sus pasos. El barrio Arroyo Seco olía a historia, a esas quintas y campos de pastoreo de antaño que su abuelo tanto añoraba, ahora convertidos en el paisaje urbano de su infancia.
Frente a ella, la estatua de bronce del patricio Joaquín Suárez, erigida en 1906, parecía vigilar el paso del tiempo desde su pedestal en la cresta de la cuchilla zonal. Clara sonrió al recordar las historias de su amigo Orlis sobre la venerable mansión que aún se erguía, gastada por los años y los vientos, sobre la empinada cuesta de Agraciada, a la altura de la calle San Fructuoso. El abuelo decía que en el barrio Arroyo Seco, todas las clases sociales convivían, tejiendo historias que superaban la ficción.
Llevaba en su bolso un viejo cuaderno con anotaciones. No era un diario, sino una recolección de anécdotas e historias de la gente del barrio: los Opiso, las familias grandes, los pequeños comercios y las fábricas que, con el tiempo, habían cerrado o cambiado de rubro. Clara había decidido, inspirada por las crónicas migrantes de Remigio Asenjo y Lucía Cabeza, los pioneros asturianos de la zona, que estas historias no debían perderse.
Su destino era Villa Valentina, una de las casas históricas donde se organizaban actividades culturales, un «archivo vivo» de la memoria del barrio. Allí se encontraría con el Profesor Silva, un historiador local que le había prometido más detalles sobre la transformación edilicia del barrio y la llegada del ferrocarril. El profesor siempre decía que, aunque el martillo del rematador y la cinta métrica del técnico habían borrado del mapa las viejas quintas, la esencia del Arroyo Seco seguía viva en sus calles y en la memoria de su gente.
Clara se detuvo un momento en la Plaza «Las Pioneras», observando a un grupo de niños jugando con barquichuelos de papel en el agua que se acumulaba tras una tormenta reciente, un espectáculo común después de las lluvias torrenciales que caracterizaban a Montevideo. El barrio tenía ese contraste, esa mezcla de la fuerza de la naturaleza y la perseverancia humana.
Mientras reanudaba su camino hacia la Villa, sintió que su novela no solo trataba de Clara, sino de todos ellos, de un barrio en la memoria colectiva que resistía el olvido, un lugar donde cada rincón tenía una historia que contar.
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