Con Abílio de Almeida: “La noche en que el fútbol sudamericano pasó frente a nosotros”
Abílio de Almeida logró que Garrincha pudiera jugar la final del Mundial de Chile 1962, aun después de haber sido expulsado en semifinales.

GRANDES ENTREVISTAS/Desde Montevideo Eduardo Mérica para FMFUTBOL.
A veces la historia no avisa cuando va a cruzarse con uno. A veces aparece silenciosa, sin cámaras, sin multitudes, sin que nadie intuya que a unos pocos metros está sentado un hombre que alguna vez movió los hilos invisibles del fútbol mundial.
Aquella noche de 1992, en el Carrasco Polo Club, nos tocó a nosotros.
Era un evento social más —al menos eso parecía— bajo la tibia luz de los salones del Polo, cuando la figura de Abílio de Almeida entró en escena con esa mezcla de discreción y autoridad que solo tienen los hombres que han conocido demasiado. No traía nada consigo, ni ostentación; apenas una presencia firme, el andar de quien carga historias que no se regalan, sino que se viven.
Nosotros, un medio joven, curioso, atento, tuvimos el privilegio de compartir esa mesa, ese rato y ese silencio revelador con él.

Un hombre que conocía el poder, pero no lo buscaba
Abílio no era una estrella de los titulares. Su nombre no acompañaba goles ni finales, pero cuando se hablaba de decisiones, de votaciones, de pasillos donde se resolvían destinos de mundiales… ahí sí.
Ahí siempre aparecía Abílio.
Representante brasileño ante la FIFA en tiempos donde la política del fútbol sudamericano era un tablero minado, supo caminarlo junto a personajes tan influyentes como Julio Humberto Grondona, y antes, en los años más intensos de la Confederación Brasileña, cuando aún se llamaba CBD.
Aquella noche lo descubrimos casi por accidente. Primero como un caballero de conversación cálida; después, de a poco, como la memoria viva de episodios clave del fútbol mundial.

La historia que nunca falla: Garrincha 1962
No tardó en surgir ese relato que todos conocían, pero que pocos habían oído de primera mano:
cómo logró que Garrincha pudiera jugar la final del Mundial de Chile 1962, aun después de haber sido expulsado en semifinales.
Lo contó sin épica, casi como quien narra una gestión más de su trabajo. Pero para quienes lo escuchábamos era otra cosa:
—Un gesto diplomático decisivo.
—Una jugada política que cambió un campeonato.
—Un acto que mantuvo a Brasil entero respirando.
Abílio recordó cómo se movió rápido, cómo buscó el apoyo de los delegados sudamericanos con derecho a voto, cómo insistió ante todos los niveles de la estructura disciplinaria de la FIFA.
No hablaba de influencia, hablaba de responsabilidad.
Y eso lo hacía más grande.

El ejecutivo que antes fue boxeador
Entre anécdota y anécdota, deslizaba detalles de su vida que parecían de novela:
un joven boxeador en el São Cristóvão en 1937,
un dirigente que a los cincuenta ya presidía el club,
un hombre que había atravesado tres décadas de transformaciones del fútbol brasileño hasta instalarse, firme y confiable, en las mesas de poder de la FIFA.
Era evidente: la historia no solo lo había visto pasar.
Lo había elegido para que la empujara.
Una conversación que valía más que un archivo entero
Mientras el evento seguía su curso, nosotros permanecíamos ahí, escuchando, preguntando con la intuición de que ese instante no volvería.
No había grabadores digitales, no había streaming, no había redes.
Solo una conversación que parecía sacada de otro tiempo.
Y quizás por eso fue inolvidable.
Abílio hablaba con una serenidad pedagógica. Ni triunfalismos, ni misterios: solo la franqueza de alguien que entendía que la gestión deportiva es un arte silencioso.
En su tono, en sus pausas, en su mirada, se notaba algo: él había visto lo que otros solo imaginaban.
Lo que nos dejó esa noche
Cuando la velada terminó y la noche de Carrasco nos envolvió con su brisa templada, nos dimos cuenta de algo esencial:
Habíamos estado frente a uno de esos personajes que sostienen el fútbol desde adentro, sin micrófonos, sin estadios, sin la estridencia de los ídolos.
Uno de esos que cambian destinos, aunque no levanten copas.
Salimos con la sensación de haber vivido un pequeño privilegio;
una de esas escenas que ningún archivo guarda,
pero que se coleccionan en la memoria como un tesoro.
Años después, el mundo del fútbol siguió girando. Muchos nombres se apagaron, otros llegaron.
Pero aquella noche de 1992, en ese salón del Carrasco Polo Club, nosotros supimos algo que nunca olvidamos:
Hay historias que no salen en los diarios.
Hay protagonistas que no alzan la voz.
Y hay encuentros que uno agradece toda la vida.



