CLUB WILMAN: La familia como bandera, el barrio como historia
“El Wilman es el corazón que marcaba el ritmo de los domingos en Arroyo Seco”

AMATEURISMO /Desde Montevideo Eduardo Mérica para FMFUTBOL.
En un barrio donde cada esquina es relato y cada apellido es memoria, el Club Wilman emerge como símbolo vivo de la identidad de Arroyo Seco. No es solo un club: es un refugio emocional, un espacio donde la familia, la vecindad y el fútbol construyeron una cultura que se transmite como se pasan las historias importantes: de boca en boca y de generación en generación.

Los orígenes: fútbol, familia y vecindad
Cuando el barrio se organizó en torno al Wilman
El nacimiento del Club Wilman está ligado al crecimiento del barrio y al impulso de las familias trabajadoras que vieron en el deporte un modo de unir y proteger a su comunidad. En las primeras décadas, las canchitas improvisadas, los potreros de tierra y los tablones construidos a pulmón fueron el escenario donde se cimentó la identidad del club.
En Arroyo Seco, el fútbol no se practica: se hereda.
Y el Wilman fue el espejo de ese espíritu.

“Los nombres del barrio”
“Los nuestros”
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Pons – De los primeros en organizar al club.
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Codevila – Fútbol, familia y tradición.
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Barlocco – Trabajo comunitario y espíritu solidario.
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Pino – Generadores de jugadores y de historias.
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Paolillo – Dirigencia y esfuerzo barrial.
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García – Talento y presencia en la cancha.
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Villar – Constancia y mística deportiva.
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Lombardo – Pasión en tribuna y corazón de barrio.
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Rodríguez – Vecindad incondicional.
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Mérica – Identidad cultural y memoria viva.
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Coalla – Garra y compromiso.
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Echartea – Deporte y familia.
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Pagani – Una dinastía en el barrio.
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Medero – Trabajo silencioso y fundamental.
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Porta – Mentalidad y sentimiento.
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Porres – Cuna de referentes entrañables.
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Astesiano – Barrialidad y esfuerzo colectivo.
Si hoy el Wilman conserva su identidad, es porque estos apellidos la cuidaron como un tesoro»
“Los apellidos que hicieron historia”
Los Pons, Codevila, Barlocco, Pino, Paolillo, García, Villar, Lombardo, Rodríguez, Mérica, Coalla, Echartea, Pagani, Medero, Porta, Porres y Astesiano forman una constelación familiar que definió —y sigue definiendo— el carácter del club.
Fueron dirigentes, jugadores, utileros, hinchas, vecinos de esquina, pibes de potrero y padres de nuevas generaciones.
Estación Agraciada: el telón de fondo
El barrio y el club crecieron mirando de reojo la vieja Estación Agraciada, ese gigante ferroviario que marcó el ritmo de vida de generaciones de trabajadores.
El silbato del tren, el movimiento de los talleres y la llegada constante de vecinos marcaron una época donde el club era un punto de encuentro natural: el lugar donde se mezclaban obreros, estudiantes, changadores y gurises.
“La Estación Agraciada, protagonista silenciosa del espíritu trabajador que moldeó al Wilman”
El potrero como escuela
Donde empieza el sueño
Antes de camisetas oficializadas o ligas formales, el Wilman se respiraba en las calles:
en la esquina de General Luna y Agraciada, en los baldíos cercanos, en los patios amplios con claraboya donde los gurises pasaban la tarde imitando a sus ídolos.
Los vecinos recuerdan que no había casa que no aportara algo: una pelota, un pantalón, un cajón para usar de banco, una botella de agua para compartir entre todos.
El Wilman fue eso: una construcción colectiva.

Identidad, colores y pertenencia
Los colores del Wilman no se eligieron: se sintieron.
Representan la fuerza barrial, la solidaridad, el sacrificio y la alegría popular.
Son colores que se ven en banderas, en murales, en graffitis, en remeras viejas que aún guardan polvo de partidos memorables.

El Manicomio Nacional: locura, mito y pertenencia
A pocas cuadras de la cancha, la imponente presencia del Manicomio Nacional —hoy parte del Hospital Vilardebó— marcó un carácter único en el barrio.
Los viejos dicen que “los gurises de Arroyo Seco somos locos, pero locos por el Wilman”.
Ese sentido de identidad irreverente y apasionada moldeó la cultura del club:
un club que juega con intensidad, que sueña grande, que no baja los brazos y que convierte la pasión en una forma de vida barrial.
“La locura más linda: la del Wilman y su gente, al lado del histórico Vilardebó”
Historias, hazañas y domingos eternos
Cada familia del barrio tiene una anécdota vinculada al Wilman:
un gol épico, un clásico ganado en la hora, un campeonato festejado en la esquina, un partido jugado en cancha embarrada que se recuerda como si hubiera sido final de Libertadores.
Las crónicas informales del barrio —esas que no están en ningún archivo oficial pero sí en cada sobremesa— hablan de domingos en los que el club parecía mover al barrio entero.
“En el Wilman, cada apellido es una historia. Y cada historia es una parte del barrio”
Presente y futuro: un club que sigue latiendo
Hoy, el Club Wilman mantiene el espíritu que lo hizo grande:
la unión de la familia, la fuerza de la comunidad y la pasión del fútbol.
Las nuevas generaciones continúan el legado de los apellidos históricos, llevando el club hacia una etapa donde conviven tradición y modernidad:
redes sociales, proyectos formativos, equipos juveniles, mejoras en infraestructura que nunca se tuvo y actividades culturales que reafirman su rol como centro social del barrio.

“Más que un club: una herencia”
El Wilman no es solo un recuerdo ni solo un presente.
Es un puente entre lo que fue y lo que será.
Un espacio donde las familias encuentran identidad, refugio, pertenencia.
Un club que sostiene viva la memoria de Arroyo Seco y la proyecta hacia el futuro.






