“¿Coalición Republicana o liquidación colorada?”. Crónica de una rendición disfrazada de modernidad
La respuesta es obvia: la coalición no resuelve el problema, lo disimula.

Hay quienes, con tono paternal y retórica suave, pretenden vendernos la coalición como una herramienta moderna, útil y hasta inevitable. Dicen que es una alianza, no una fusión. Que nadie pierde identidad, que todo se mantiene intacto. Que la clave está en cómo se la use. Que el problema no es la herramienta, sino el uso que le demos. Que si el Partido Colorado se diluye, es por culpa de los que no se esfuerzan.
Eso suena muy bonito, claro. Como suena bonito decir que el matrimonio no cambia a nadie. Pero basta ver lo que pasa cuando uno de los cónyuges pone las reglas, define los horarios, decide el menú y el otro solo sonríe para la foto.
La identidad colorada no se pierde el día que se firma una coalición. Se pierde cada vez que se calla por conveniencia. Cada vez que se dice “sí” por miedo a quedarse afuera. Cada vez que se olvida que ser colorado fue, siempre, ir contra la corriente».
Dicen que señalar los riesgos de la coalición es crear una “falsa dicotomía”. Que presentar la opción entre ir en coalición o recuperar la voz propia es radicalizar la discusión. Pero si todo es relativo, si toda diferencia es menor, si no hay nada que discutir de fondo… ¿por qué hay un Partido Colorado, entonces? ¿Para qué seguir con una estructura, un nombre, una historia de 190 años, si vamos a fundirnos en un bloque donde no marcamos agenda, no lideramos ideas y apenas decoramos las listas?
Se repite, como un mantra, que “coalición no es fusión”. Pero los hechos gritan otra cosa. Cuando se comparte un lema, una estrategia, una campaña, y hasta se modula el discurso para no incomodar al socio mayor, no estamos hablando de cooperación. Estamos hablando de absorción. De una pérdida progresiva de identidad que se disfraza con eufemismos: “unidad en la diversidad”, “sinergia”, “herramienta electoral”. Todo muy “moderno”, pero muy funcional… a otros.
También se recurre al argumento de que las encuestas muestran un gran respaldo popular a la coalición. Como si la política fuera una feria de consumo. Como si la historia del Partido Colorado —y sobre todo del batllismo— no hubiese estado llena de decisiones impopulares, valientes, que desafiaban al “sentido común” de la época. Batlle no fundó el Uruguay moderno siguiendo focus groups.
Y después está el truco más gastado de todos: comparar esta coalición con el Frente Amplio. Como si fueran iguales. Pero el Frente Amplio fue una construcción que nació desde cero como coalición, con reglas internas, pesos equilibrados, identidad compartida. No fue una absorción paulatina de un partido en decadencia por otro en expansión. Acá, en cambio, el Partido Colorado entra a una estructura con desventaja, sin liderazgos competitivos, sin narrativa propia clara, y con la resignación como estrategia.
Nos quieren convencer de que no importa si vamos en coalición o no. Que lo esencial es tener buenos cuadros, organización, presencia territorial, liderazgo. Claro que eso importa. Pero justamente: si tenemos todo eso, ¿por qué deberíamos regalarlo? Y si no lo tenemos, ¿por qué pensar que ser parte de un bloque que nos invisibiliza va a salvarnos?
Algunos incluso acusan a quienes plantean estas dudas de buscar “fama”, de “descalificar”, de “agitar sin aportar”. Qué cómodo es el lugar del que se niega a debatir ideas con ideas, y en cambio impugna intenciones. Como si disentir fuera una falta de respeto. Como si pensar distinto fuera una traición.
Pero no. Disentir no es dinamitar nada. Dinamitar es entregar sin condiciones la bandera colorada para que otros la usen cuando les conviene y la escondan cuando les estorba.
Dinamitar es seguir prometiendo renovación mientras se mantienen los mismos nombres, los mismos pactos, las mismas lógicas de supervivencia.
Lo que está en juego no es una fórmula electoral. Es la posibilidad real de que el Partido Colorado vuelva a ser lo que fue: una fuerza con pensamiento propio, liderazgo auténtico y vocación de gobierno. No una pata de apoyo para otros. No una muleta decorativa. No un partido cuya estrategia es pedir permiso para existir.
Quieren que haya coalición en todos los departamentos, como si eso fuera muestra de madurez. Pero no hay madurez en repetir errores. No hay lucidez en diluirse.
La identidad colorada no se pierde el día que se firma una coalición. Se pierde cada vez que se calla por conveniencia. Cada vez que se dice “sí” por miedo a quedarse afuera. Cada vez que se olvida que ser colorado fue, siempre, ir contra la corriente.