JUCEDA: El Perro de Caza del Deporte Sanducero
Crónica sobre la vida y la resistencia periodística de Julio César Damico, jefe de Deportes de El Telégrafo de Paysandú

PERIODISTAS EN RED/Desde la frontera Rivera Livramento/Eduardo Mérica para FMFUTBOL.
En una habitación repleta de recuerdos —trofeos silenciosos, papeles acumulados, fotos amarillentas que resisten al tiempo— un hombre sostiene un reconocimiento con la naturalidad de quien ha vivido toda una vida detrás de una libreta y un grabador. Es un veterano del oficio, un sobreviviente del periodismo de calle, de vestuario, de potrero y de redacción. Es Julio César Damico, para muchos JUCEDA, una firma que durante décadas fue sinónimo de rigor, memoria y una cuota justa de irreverencia.
Porque Damico no solo informó:
olfateó,
investigó,
rasguñó detrás de cada versión oficial,
y nunca se dejó domesticar.

Así se volvió, con el tiempo, una de las figuras más respetadas del ecosistema deportivo del litoral uruguayo. Y también uno de los personajes más temidos por quienes preferían los titulares blandos y las preguntas fáciles.

LOS AÑOS DEL PLOMO Y EL OLOR A TINTERO
Julio César Damico ingresó a El Telégrafo de Paysandú cuando el diario todavía se editaba a máquina, cuando los plomos tintaban las yemas y cuando la noticia llegaba primero al bar que a la radio. Eran tiempos de periodistas con sobretodo, noches heladas cubriendo entrenamientos en algún barrio futbolero, y cafés interminables en los que se negociaban primicias como quien cambia figuritas del Mundial.
A Damico lo adoptó —o lo sufrió— la sección Deportes, el territorio donde la pasión se mezcla con el dato fino y donde una frase mal escrita puede incendiar medio barrio. Allí se forjó entre veteranos que olían a imprenta, aprendiendo el oficio sin clases formales: mirando, escuchando, anotando cada detalle.
Muy pronto, su estilo se destacó:
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frases cortas,
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titulares secos,
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precisión quirúrgica,
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y un instinto de perro de caza para detectar dónde estaba la verdad detrás de la declaración amable.
Mientras otros anotaban resultados, él buscaba motivos.
Mientras otros copiaban alineaciones, él investigaba conflictos internos.
Mientras otros esperaban el comunicado, él golpeaba la puerta del dirigente que no quería hablar.

UN JEFE DE DEPORTES CON OLFATO DE CRÓNICA
Cuando Damico asumió la jefatura de Deportes, El Telégrafo ganó un tono más firme. Las crónicas dejaron de ser meras descripciones del partido para convertirse en pequeñas obras narrativas: tensas, coloridas, llenas de atmósfera.
Era capaz de convertir un domingo de fútbol del interior en un relato épico, donde la pelota de tiento era casi un personaje y el veterano de la tribuna un testigo privilegiado. Escribía con el pulso de quien estuvo ahí —porque estuvo ahí— mojándose bajo la llovizna, discutiendo fallos arbitrales, acomodando el grabador a la altura de la voz cansada de un puntero derecho que recién salía de la cancha.
Su fama de implacable creció en la medida en que dejaba en evidencia:
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arreglos mal disfrazados,
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gestiones negligentes,
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campeonatos dudosos,
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favores políticos,
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o silencios sospechosos.
No era un periodista cómodo.
No era uno que se dejara invitar a asados.
No era uno que intercambiara elogios por una primicia.
Por eso, entre dirigentes y políticos locales, se repetía una frase a medias:
“Con JUCEDA no se juega.”

LOS PERROS DE CAZA DE EL TELÉGRAFO
Hay una categoría tácita dentro del periodismo sanducero: la de los “perros de caza”. Los periodistas que no esperan, que no se conforman, que no preguntan por cortesía sino por convicción. Damico fue, durante décadas, el líder de esa jauría.
Sus colegas lo recuerdan caminando rápido por los pasillos del diario, con los lentes torcidos y un cuaderno doblado en dos, murmurando fechas, nombres y estadísticas como quien repasa una jugada antes de entrar a la cancha.
Su mesa siempre estaba repleta de:
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recortes de prensa,
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libretas gastadas,
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papeles sueltos,
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fotos de equipos de los años 50 y 60,
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crónicas de campeonatos de todo tipo y color,
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cintas de grabador que iban y venían como pequeñas cápsulas del tiempo.
Esa obsesión por archivar, por guardar la historia viva del deporte sanducero, lo convirtió también en memoria del fútbol local. Si alguien quería saber quién metió el gol en la semifinal del 72, o por qué tal club desapareció, o qué árbitro había sido suspendido tres veces en la misma década, JUCEDA respondía sin googlear. Su archivo era su cabeza.

DE LA CANCHA A LA CIUDAD: EL PERIODISTA QUE NO SE DOBLÓ
Pero su figura trascendió lo deportivo. En un medio chico, los temas se mezclan, se cruzan y se contaminan. Y Damico no se callaba cuando el deporte era utilizado para tapar otra cosa.
Por eso, más de una vez se lo vio enfrentarse a figuras de poder que preferían un diario dócil.
Por eso fue incómodo.
Por eso fue necesario.
En la historia no oficial de la prensa sanducera, hay anécdotas que lo muestran entrando a oficinas municipales sin cita previa, reclamando datos, pidiendo documentos, exigiendo explicaciones. Siempre con respeto, pero nunca con sumisión.
La gente decía:
“Si no querés que salga en El Telégrafo… solucioná el problema antes de que JUCEDA se entere.”

EL LEGADO QUE NO SE APAGA
Hoy, cuando sostiene un reconocimiento en una habitación donde se mezclan pasado y presente, Damico no parece un periodista retirado. Parece un hombre que todavía escucha radios viejas, que aún revisa recortes, que sigue analizando partidos del fútbol sanducero con el ojo entrenado de siempre.
La foto lo muestra con un gesto sereno, acompañado por otra persona que lo recibe o lo reconoce, rodeado de símbolos que hablan de una vida dedicada al oficio: trofeos, diplomas, recuerdos silenciosos que funcionan como testigos mudos de su trayectoria.
Para muchos, el nombre JUCEDA es una marca registrada.
Para el periodismo local, un mojón.
Para el deporte sanducero, una garantía.
Para la historia del diario, un capítulo entero.

EL PERIODISTA QUE NO BAJÓ LA CABEZA
Julio César Damico fue —y sigue siendo— uno de esos periodistas que no encajan en la categoría “funcional”. Hizo del oficio una trinchera: la del dato verdadero, la de la voz del barrio, la del escriba comprometido con lo real aunque molestara.
En un país donde el fútbol y el deporte construyen identidad, Damico se convirtió en intérprete, cronista y guardián.
Y en Paysandú, cuando se habla de periodismo deportivo, hay un nombre que no admite discusión:
JUCEDA.
El perro de caza que nunca pudo ser alcanzado por el poder.
El que incomodaba a los cómodos.
El que preguntaba lo que nadie quería responder.
El que hizo de la verdad un hábito.
Y del periodismo, una forma de vida.



