Amateurismo

LA NOBLEZA OLVIDADA: LA FEDERACIÓN URUGUAYA DE FÚTBOL AMATEUR Y EL TÍTULO INMORTAL DEL WILMAN (1955)

Arroyo Seco es un barrio que no necesita explicación: basta imaginar la brisa salada del puerto, la mezcla de conventillos y talleres, la calle que termina en la rambla y los gurises corriendo detrás de una pelota entre esquinas que huelen a historia.

AMATEURISMO/Desde Montevideo Eduardo Mérica para FMFUTBOL.

En un país donde el fútbol siempre fue más que un deporte —una forma de vivir, de discutir, de organizarse— hubo una época en la que la palabra amateur significaba otra cosa. No pobreza, no carencia, no improvisación. Significaba honor. Significaba jugar por el placer del juego, por el barrio, por la camiseta lavada en la casa de los jugadores, por el orgullo de defender un escudo sin otra remuneración que el aplauso, la palmada o la mirada de los viejos sentados junto a la alambrada.

En esa sensibilidad nació, creció y brilló la Federación Uruguaya de Football Amateur (F.U.F.A.), una institución que ya no existe, pero cuya historia late como un pulmón antiguo en el corazón del fútbol montevideano. Su legado es una mezcla de bohemia y rigor, de nostalgia y profesionalismo artesanal, y sobre todo de un romanticismo inclaudicable.

Entre sus 60 clubes, entre sus canchas dispersas por la capital, entre los potreros y los escenarios históricos, hubo un campeón que hoy vuelve desde las sombras de los archivos:
el WILMAN F.C. del barrio Arroyo Seco, campeón de su divisional en la temporada de 1955, en tiempos donde ese barrio vibraba al ritmo de la sirena del puerto y las noches de verano olían a fútbol y a conversación larga en la vereda.

Esta es su historia, y la de toda una Federación que intentó sostener el espíritu original del fútbol uruguayo.

UN NACIMIENTO IDEALISTA

El 29 de julio de 1953, en una mesa rodeada de una fraternidad auténtica —casi un pacto más que una fundación— la familia Falco y un pequeño grupo de soñadores cristalizaron una idea que parecía anacrónica incluso para la época:
crear una federación que recuperara el amateurismo puro, un fútbol limpio, sin presiones, sin intereses, sin sombras.

Aquel primer impulso reunió nombres que eran parte viva del origen del deporte en Uruguay:

  • Albion

  • Carrasco Lawn Tennis

  • Bohemios

  • Montevideo Cricket

  • Carrasco Polo

  • Montevideo Rowing

  • Trouville

  • British Old Boys

  • San Gabriel

  • Juventus

No era una federación improvisada ni marginal: era una federación con memoria, con linaje, con raíces que se hundían en los días fundacionales del fútbol nacional.

A los pocos meses se creó la Primera B con clubes como:

  • For Ever

  • Federal

  • Montana

  • Cali

  • Los Ceibos

  • Contaduría General de la Nación

  • Mundial

  • Caibú

  • Reformers

  • Carve Voz

Este mapa inicial ya mostraba un fenómeno: muchos clubes querían pertenecer a ese mundo más limpio, más sencillo y más humano, lejos de las tensiones de la AUF.


UN RIGOR QUE ASOMBRABA

 

La F.U.F.A. nunca fue “una liguita”. Tenía:

  • Tribunal de Penas firme y respetado

  • Consejo Ejecutivo con representantes por divisional

  • Árbitros de la Asociación Uruguaya de Fútbol

  • Un reglamento exigente

  • Mesas neutrales, votaciones, balances y un protocolo que sorprendía a quienes la miraban desde afuera

El espíritu era claro:
hacer del fútbol amateur una institución seria, organizada, responsable y libre de influencias externas.

En 1954 llegó el I Torneo Uruguayo, bautizado “Dr. Francisco Nicola Reyes”, y la Federación comenzó a expandirse como un fuego noble. Cada vez más jugadores, más clubes, más barrios querían participar.

La “A”, la “B” y luego la “C” ampliaron un universo que ya no era menor: era una alternativa real al fútbol profesional.

Y fue precisamente en esa flamante divisional “C” donde brilló un club que encarna el espíritu barrial como pocos: Wilman, el equipo de Arroyo Seco.


WILMAN, ORGULLO DE ARROYO SECO

 

1955: el año perfecto

Arroyo Seco es un barrio que no necesita explicación: basta imaginar la brisa salada del puerto, la mezcla de conventillos y talleres, la calle que termina en la rambla y los gurises corriendo detrás de una pelota entre esquinas que huelen a historia.

Allí vivía y respiraba el Wilman F.C.
Un club competitivo, modesto pero sólido, con jugadores que trabajaban de día —en el puerto, en las curtiembres, en talleres, en changas— y entrenaban al caer la tarde, con la luz apenas sostenida por los faroles anaranjados.

Cuando ingresó a la Federación, Wilman encontró un desafío inmenso:
enfrentar a equipos históricos como Risso, El Tibidabo, White Sox, Juvenil Goes o Pereda.

Pero el 1955 fue un año especial.

Los testigos hablan de un equipo intenso y de una hinchada ferozmente fiel

 

De una línea de ataque vertical, de un mediocampo que raspaba y jugaba, de un capitán que ordenaba, y de un técnico que repetía una frase:
Acá no se juega por plata. Acá se juega por territorio.”

Ese año, Wilman se coronó campeón de su divisional.
Un logro enorme en un campeonato altamente competitivo, lleno de clubes con historia y planteles numerosos. El título no fue casualidad: fue la consecuencia de un proceso, de una identidad, de una convicción.

Ese campeonato quedó registrado en los boletines internos de la Federación, pero sobre todo quedó grabado en la memoria oral del barrio:
los viejos aún recuerdan aquella vuelta olímpica improvisada, los festejos en alguna esquina del barrio o en el interior de un viejo club social que ya no existe.

Para la F.U.F.A. fue un campeón justo.
Para Arroyo Seco, fue un pedazo de eternidad.


LA FEDERACIÓN CRECE… Y COMIENZA A DESAPARECER

 

Entre 1953 y 1962, según los estudios del estadígrafo argentino Gabriel Ladetto Porrini, sesenta clubes pasaron por la Federación.
Algunos históricos, otros fugaces, otros renacidos de antiguas glorias.

La lista es tan amplia como hermosa:

Albion, Aguada, Arizona, Barcelona, Bohemios, Cali, Carrasco Polo, Carve Voz, Contaduría General, El Tibidabo, Federal, For Ever, Honor y Gloria, Independiente, Juvenil Goes, Juventus, La Cambiche, Lito, Los Ceibos, Mauá, Millán, Mirador Rosado, Montana, Montevideo Rowing, Mundial, Pastoriza, Pereda, Reformers, Rieles, Risso, Talleres, Trouville, Unión Vecinal, Universal, Uruguay Colombes, White Sox, Wilman…
y muchos más.

Había clubes con pasado en AUF, otros formados por funcionarios públicos, otros creados en empresas, en parroquias, en fábricas, en liceos, en vecindarios.

La F.U.F.A. era un mosaico social.

Pero a comienzos de los 60, la Federación comenzó a debilitarse.
Cambios en el fútbol uruguayo, migración de jugadores, dificultades económicas y la imposibilidad de competir con el profesionalismo creciente hicieron que su estructura se desgastara.

Para mediados de la década, la F.U.F.A. se apagó.

No hubo un cierre formal ni un acto de despedida.
Simplemente el silencio.


EL ARCHIVO: UNA JOYA RESCATADA

 

Hoy sobreviven…:

  • formularios

  • descargos

  • protestas

  • informes arbitrales

  • boletines administrativos

  • fotografías extraviadas en colecciones familiares

Entre esos papeles uno descubre la vida tal cual era:

“A los 25 minutos expulsé al jugador Loza del Albion por agredir a puñetazos a un contrario…”
“A los 89 minutos expulsé al jugador Bruno por dar un puntapié sin pelota…”
“Al concurrir a los vestuarios encontré la puerta abierta y faltaban $1200…”

La Federación era seria, pero el fútbol amateur siempre tuvo esa pizca de caos entrañable que lo vuelve más humano.


UN CAMPEÓN PARA LA MEMORIA

 

En ese universo generoso, noble y rústico —como un potrero ordenado por un acta notarial— sobresale la historia de Wilman, su bandera roja y azul,, su gente, sus jugadores y su título de 1955.

El tiempo convirtió ese campeonato en un símbolo silencioso.
La F.U.F.A. ya no existe. Muchos clubes desaparecieron. Algunas canchas hoy son estacionamientos, otros terrenos de viviendas, otros simples yuyales.

Pero la historia no muere cuando se la cuenta.

Hoy, poner en palabras el campeonato del Wilman es devolver al barrio Arroyo Seco una parte de sí mismo.
Es levantar de nuevo aquel trofeo invisible que sigue brillando, aunque sea en la memoria de quienes lo buscan.

Es recordar que hubo una vez —en Montevideo, en Uruguay— una Federación que soñó con el amateurismo puro y un club que llevó ese sueño a la gloria:
WILMAN, campeón 1955.

“Cuando el barrio era una cancha: las ligas que forjaron el alma del fútbol montevideano”

 

En Montevideo, mucho antes de que el profesionalismo rodeara al fútbol de luces, sponsors y compromisos televisivos, existió un universo paralelo donde el deporte se vivía con la intensidad de quien juega por el barrio, por los amigos y por la dignidad del domingo. Fueron las ligas barriales de fútbol, pequeños mundos organizados que, sin pretensión de grandeza, terminaron moldeando la cultura futbolera de toda una ciudad.

Las fotos de equipos como los que hoy miramos —formaciones en blanco y negro, camisetas con franjas diagonales, medias desparejas, rodillas vendadas, un dirigente con pantalón de vestir al borde de la foto— son más que documentos: son fragmentos vivos de una época donde todo pasaba por el potrero.

Una identidad nacida en las esquinas

 

Las ligas barriales no surgieron como alternativa al profesionalismo, sino como expresión natural de una Montevideo poblada de clubes nacidos en esquinas, esquinas nacidas en boliches y boliches nacidos en amistades. Muchos de estos clubes fueron, literalmente, fundados en la vereda, bajo el farol, con una pelota gastada como único patrimonio inicial.

En barrios como Arroyo Seco, Palermo, Goes, La Teja, Villa Dolores o Punta Carretas, era imposible caminar dos cuadras sin que apareciera un arco hecho con dos piedras. De esos grupos espontáneos surgieron nombres que hoy parecen sacados de una novela costumbrista:
Los Ceibos, For Ever, Mirador Rosado, Pereda, White Sox, Risso, Juvenil Goes, Montana, Cali, Mauá, entre decenas más.

Cada barrio tenía su épica, sus rivalidades, su cancha de tierra, y su propia manera de interpretar “jugar bien”.

El de la foto es TITO ROMAR CAMPEON con GUARANI en 1958, en la Liga Guruyú

El retrato de una época

 

Las fotos que acompañan esta crónica podrían haber sido tomadas en cualquiera de aquellas tardes de domingo.
En la primera imagen vemos un equipo posando en la tierra firme de una cancha barrial. Ninguno parece incómodo: era un ritual conocido, casi sagrado. Las camisetas —de tela gruesa, numeración a veces cosida a mano— conviven con pantalones cortos que ya eran veteranos de mil batallas.
En la segunda, otro plantel aparece más numeroso, rodeado por vecinos, niños y dirigentes, todos mezclados en una misma alegría. Un arco con red gastada sirve de marco: ese detalle ya nos dice que se trataba de una liga organizada, donde la pelota se tomaba en serio.

En ambas fotos se respira algo que no se compra: pertenencia.

Las piernas raspadas, los botines remendados, la pelota al centro como símbolo de unión… cada rostro refleja la mezcla de responsabilidad y disfrute que tenían quienes jugaban no para destacarse, sino para defender los colores del barrio.

Organización y pasión: la estructura invisible

 

Aunque se recuerdan como fútbol “de potrero”, las ligas barriales de Montevideo tenían una organización sorprendente:
Delegados, que defendían cada punto reglamentario.
Dirigentes, que conseguían pelotas, redes y camisetas.
Árbitros, algunos inolvidables, que dirigían tres partidos por día.
Tribunales de penas, que discutían expulsiones y protestas con rigurosidad casi académica.

Las canchas podían variar: un domingo tocaba jugar en una zona de baldíos; otro, en predios prestados por empresas, clubes sociales o incluso parroquias. Pero la pasión era siempre la misma.

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Montevideo: una ciudad formada por clubes

 

Muchos clubes que hoy desaparecieron, o que sobreviven solo en la memoria de sus barrios, fueron pilares de la identidad montevideana.
Las ligas barriales funcionaban como centros sociales, lugares de encuentro, escuelas de conducta, y también como espacios de integración entre generaciones.

Era habitual ver al padre jugar en Primera, al hijo en el Preliminar y al abuelo sentado en un cajón, opinando sobre cada pase. El fútbol barrial era un sistema familiar.

Los clubes como Wilman: orgullo y bandera

 

Entre tantos equipos hubo algunos que lograron construir historias de peso, como el Club Wilman, nacido en el corazón de Arroyo Seco y protagonista de las divisionales del amateurismo uruguayo.
Equipos como este no solo competían: respiraban un espíritu que mezclaba barrio, identidad y el sueño de ganar un domingo para que toda la cuadra se sintiera más grande.

El viento del tiempo y la memoria que queda

 

Muchas de estas ligas desaparecieron con la urbanización, la profesionalización, los cambios sociales y la transformación del espacio público. Pero las fotos sobreviven, tercas, inmortales.

En los equipos retratados vemos una síntesis de la Montevideo profunda:
– La humildad convertida en orgullo.
– El compañerismo convertido en táctica.
– La tierra convertida en escenario de epopeyas.
– La pelota como única bandera posible.

Hoy, cuando el fútbol parece depender de cámaras HD, contratos y algoritmos, estas imágenes nos devuelven lo esencial: el barrio como patria, la camiseta como piel y el fútbol como la manera más noble que tuvo el pueblo de contarse a sí mismo.

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