Para el Club Wilman el Arroyo Seco y La Aguada, son dos barrios fundidos por sus propias tradiciones
Con el tiempo, las dinámicas sociales y culturales pueden llevar a que dos barrios originalmente distintos desarrollen una identidad compartida, fusionándose en la práctica.

AMATEURISMO/ Desde Montevideo Eduardo Mérica para FMFUTBOL.
El barrio donde nací sigue igual: las casas asimétricas y grises de Arroyo Seco, me recuerdan a la calle Entre Ríos, donde en el ayer apagaban sus luces alrededor de las 8 p. m., hora en que todos habían vuelto del trabajo, habían cenado con sus familias y esperaban con ansia la aparición de algo que los entretuviera frente al televisor.
Pero vayamos a La Aguada; hacia ese importante barrio que sigue teniendo como columna vertebral a la Diagonal Agraciada (hoy Avenida Libertador). Historia antigua que no nos enseñaron en la escuela pública, aquella de la aguada que da origen al nombre de la amplia barriada, ni la de los Pozos del Rey, ni de la Plaza de las Carretas.
Hoy quiero recordar lo que me mostraron y me contaron mis padres y algunos vecinos, la historia más lejana a estos tiempos… La Diagonal. La que llamaron «Los Cuadrados», con casas a medio hacer y que estuvieron años esperando que les pusieran techos, hasta que el tiempo fue borrando su recuerdo: es que de allí salieron famosos cuadros y campeones de fútbol, casi de entre aquellas paredes que se levantaron como para incubar la gloria del deporte más importante de Uruguay.
Si los habitantes de ambos barrios comienzan a percibirse como parte de una misma comunidad, con valores, costumbres o intereses comunes, esto puede llevar a una integración real, más allá de los límites físicos.

O recordar «La Playita de la Aguada», que era un paseo de los niños en el ayer, felices de los juegos con el sol y con la ola; playita humilde y serena cuyo silencio era alterado por los ferrocarriles que llegaban o salían…
Es que el ruido característico de las máquinas era como un saludo o como las olitas que se rompían a los pies de los niños en aquellas tardes de domingos inolvidables en la desaparecida playita. Era tal así, que en una fonda existente de la época, la de Sanguinetti frente a la Correcional, hubo un inolvidable y sugestivo letrero donde se podía leer: «Aquí se está mejor que enfrente». Es indudable que el dueño del lugar la tenía clara y tenía razón de sobra, aunque tengo que aclarar que todavía no éramos nacido, así que no estuvimos nunca allí ni enfrente.
Otras de las historias que voy recordando es la de un «famoso» Comisario de la Aguada, Don Aquiles Cóppola, que era un hombre de pocas palabras, porque siempre prefería ir a los hechos. Dicen: que andaba, según la usanza de la época, de a caballo y de rigurosa galera y solo se la quitaba cuando enfrentaba a los compadritos y maleantes de ese tiempo. A tal punto que la prueba de su eficacia como comisario fue su importante traslado a la 2a, la tan mentada comisaría de calle Camacuá en la Ciudad Vieja. Allí – cuentan – que había que entreverarse con lo que fuera y Cóppola terminó saneando el barrio.

En la Aguada hay infinidad de historias para relatar como el Molino de Gianelli que, un incendio pavoroso lo convirtió en cenizas; quedando para la memoria una callecita de una cuadra que lleva el nombre del propietario del establecimiento harinero.
Y volviendo al grandioso fútbol uruguayo del pasado, en Miguelete y Sierra (Avenida Fernández Crespo), en la esquina misma estaba el famoso Café de José Piendibene, propietario del lugar. Vaya a saber uno si los primeros pasos de Don José Batlle y Ordoñez, por la calle Asunción no lo llevaron algún día a ese boliche del maestro de nuestro fútbol.
¿DONDE ESTABA LA PLAYA?
La hoy desaparecida playa de la Aguada, según relatan testigos del tiempo, era el espacio de costa comprendido entre la calle Miguelete y la desembocadura del arroyo del mismo nombre. Si es así, ni con mi amigo litense Julio Mut, pocas veces podríamos encontrar o armar un nomenclator tan preciso y definido para los orígenes de nuestro barrio.
Es que la falta de agua con que el Montevideo de piedra y rocoso del Siglo XVIII determinó que se hicieran pozos en esos terrenos bajos, obteniéndose muchas veces agua salobre y en otras oportunidades potable.
Entre los pozos que podría mencionarse estaba el mejor al cual llamaron Fuente de las Canarias. Además de los pozos, empezó a utilizarse una pequeña corriente de agua o cañada que corría desde el noreste hasta desembocar en el río de la Plata, la que con el andar del tiempo pasó a llamarse Arroyo de la Aguada, nombre extensivo a la citada playa y al paraje.

Aquí viene lo bueno: ¿Cuál era la ubicación o deslinde del paraje? Y para ello tenemos que citar a Isidoro de María que dice: «los antiguos pozos manantiales de la Aguada, situados en el arenal que había al Norte de la quinta de las Albahacas, y que se extendía hasta las inmediaciones de la panadería de Batlle y la de Sobrera…».
Quiere decir que queda completamente definida la ubicación y la extensión del paraje que con el tiempo
terminó imponiendo su nombre a todo un barrio montevideano.
Otro dato: es que hacia fines del siglo diecinueve la Aguada fue un vasto arenal, a trechos cubierto de altos médanos y arraigados juncos en los que anidaban aves acuáticas y víboras ciegas; arenal que solo frecuentaban lavanderas, aguadores, pescadores y marinos. Y también un siglo antes del 19, cuando todavía no tenía nombre el lugar, fue lugar de confinamiento de esclavos. ¿Pueden creer?… Allí se levantaron unas barracas llamadas Caserío de los negros, donde cumplían su cuarentena al ser desembarcados con destino a Montevideo.
Investigando pudimos saber que esas construcciones fueron destruidas a principios del Siglo XIX, precisamente cuando se desarrollaba el primer sitio de Montevideo. Eran tan grandes los barracones que abarcaban más de una manzana, lo que hoy nos permite tener una idea del volumen que asumió el terrible tráfico de los negreros.
CONTINUARÁ